Jacques Henri Lartigue, el fotógrafo de la felicidad

Siempre se ha dicho que Lartigue, un niño mimado de la fortuna, es un fotógrafo caracterizado por haber dedicado su cámara a captar momentos de felicidad. Ahora, gracias a la exposición Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986), que ofrece CaixaForum Madrid podemos ver la primera gran muestra antológica que se realiza en España sobre la figura de Jacques Henri Lartigue (Courbevoie, 1894 – Niza, 1986), un clásico de la fotografía.

La exposición muestra la inquietud de un hombre que supo reflejar, con extrema sensibilidad y bajo la apariencia de la felicidad y la ligereza, las nuevas preocupaciones de un tiempo que se transformaba de un modo radical. Sus imágenes son contemporáneas a un periodo caracterizado por las convulsiones y los cambios sociales —la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la ocupación nazi de Francia, etc.— pero Lartigue no se fija en esos conflictos. Más bien al contrario: remite a la inocencia, a la espontaneidad y a la alegría de vivir. La exposición Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894- 1986) testimonia, bajo la mirada frágil y conmovedora del artista, las nuevas formas de vida que surgieron en las primeras décadas del siglo XX, en las que las mujeres asumieron un papel activo en la sociedad y el progreso tecnológico dio lugar a nuevas formas de ocio.

Lartigue hacía fotografías para sí mismo, por lo que siempre ha sido inclasificable tanto para conservadores como para críticos. Sus fotografías suelen presentarse cronológicamente o agrupadas por temas. En esta ocasión se ha querido ir más allá y mostrar desde un punto de vista inédito hasta qué punto sus imágenes, admiradas por su gracia y belleza, son un documento único de una época y una forma de vivir ya desaparecidas, la de la burguesía francesa del siglo pasado.

Un mundo flotante. Fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) cuenta con más de 230 piezas. De éstas, 182 se corresponden con copias modernas de sus fotografías. Durante el recorrido, el visitante descubrirá 18 copias estereoscópicas modernas recreadas con el efecto tridimensional con las que fueron creadas. Estas imágenes se captaron con cámaras estereoscópicas, muy de moda en la época para reproducir la sensación tridimensional de la realidad. La muestra se completa con un espacio titulado Los soportes de la memoria, una sala que permite tener una idea clara de las diversas técnicas que Lartigue utilizó para fijar y organizar sus instantáneas. Incluye 23 copias de la época datadas entre 1905 y 1926; además, tres cámaras que pertenecieron a Lartigue, un visor estereoscópico, ocho autocromos, cuatro álbumes de fotografías originales de Lartigue y seis ejemplares de los diarios y agendas que escribió durante toda su vida.

Jacques Henri Lartigue ocupa un lugar muy especial en la historia de la fotografía: el de un aficionado con talento que siempre habló de la pintura como su principal pasión y de la fotografía como una dedicación secundaria. Desde 1902, con ocho años, hasta su fallecimiento en 1986, Lartigue vivió fotografiando. Nació en 1894 en Courbevoie, cerca de París, en el seno de una familia de industriales. Su padre le compró la primera cámara fotográfica cuando tenía ocho años y, desde pequeño, inició un diario con fotografías y breves textos que lo acompañó toda la vida y que es un documento extraordinario para conocer el modo de vivir de una generación que descubrió la moda, el deporte o las competiciones de motor.

Lartigue fue un niño enfermizo que pronto comprendió que su felicidad podía desaparecer. Por eso decidió narrar su vida y, mediante ese relato, construir su propio personaje, del mismo modo que construyó su propia felicidad representándola constantemente. Para Lartigue, la felicidad es indisociable de su conservación, de modo que hay que retenerla mediante la escritura, la fotografía y los álbumes, la última etapa en la elaboración de sus recuerdos.

Lartigue conservó durante toda su vida la frescura de la infancia y la insaciable curiosidad de la juventud. En sus imágenes celebra el instante presente y oculta la angustia que le produce el paso del tiempo. Descubierto de forma tardía y fortuita en 1963, cuando contaba casi 70 años, por John Szarkowski, entonces conservador de fotografía del Museo de Arte Moderno de Nueva York, Lartigue fue conocido y reconocido en su propio país y en todo el mundo gracias a la gloria alcanzada en Estados Unidos. En 1974, el presidente de la República Francesa, Valéry Giscard d’Estaing, le invitó a realizar su retrato oficial; entre ambos se estableció una sólida amistad que condujo a Lartigue, en 1979, a donar en vida la integridad de su obra al Estado.

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